septiembre 15, 2010

El obligatorio post del Bicentenario

Ya que andamos muy mexicanos y muy festivos… algunos, porque el time line del twitter ah! cómo se llena de comentarios echándole mierda al bicentenario, provocándome una sensación de flojera infinita hacia estos co.nacionales , porque creo yo que vale la pena festejar a México. Con todo y todo.

Hace 100 años igual había muchos problemas, tanto así que la revolución se gestó poco después, pero de esa alegría de ser mexicanos, hoy le queda a la Cd de México quizá su más bella cicatriz: el ángel.

YA!. No me voy a poner a defender al bicentenario, pero aprovechando la mexicaneidad del día les quiero platicar de mi bandera. No. No la bandera nacional, sino de la mía de mi, ese pedazo de tela verde, blanco y rojo de mi propiedad.

Y es que desde chiquita me encantaban las banderas, nada más se ponían los puestitos de banderas a finales de Agosto y yo empezaba a dar lata, hasta que obtenía mi banderita de 20 cms, a la cual prestas mi mamá o mi abuela le quitaban el piquito, “no me fuera a picar un ojo”. Esto fue durante todos los años de mi infancia, y ahora que lo pienso, me imagino el sentimiento de mi mamá al tirar cada año el lábaro patrio a la basura.

Confieso que desde que tengo auto, cada año, ha lucido su banderita, de esas que se ponen en la ventana. Pero mi bandera, mi bandera, la que amo de corazón es una que compré en el Azteca hace unos 6 años en un México vs EU y que realmente creo está bendita por los dioses del futbol… o algo así.

Unas semanas después del juego me aventuré en mi primera travesía transatlántica y fui a visitar a Luis cuando empezaba su horrenda maestría en Francia. Mi ahora suegra me encargo les llevará “salsas lucero”. Mismas que cruzaron el océano salvas y sanas pero que al bajar del metro tuvieron a bien romperse manchando mi bandera de chipotle, al sacarla de la maleta y ver esas manchas rojas sobre el verde, blanco y rojo, fue cómo momento de héroes de guerra, cómo el equivalente de esa escena de los soldados gringos levantando la bandera caída. Rápidamente la lavamos a ver si salía el chipotle y para nuestro beneplácito así fue.

La bandera se quedó en Francia con Luis adornando su pared y marcando ese pequeño cuarto de universidad como territorio mexicano.

Mi bandera sirvió para dar “el grito”… o por lo menos para la representación del 16 de septiembre que Luis le hizo a sus compañeros colombianos y chilenos de lo que era el grito mexicano, y a lo que (cómo buenos conocedores de la cultura mexicana gracias al “el chavo) le agarraron bien la onda.

La bandera regresó sana y salva. Y aunque a mi hermana le cagara la madre ahí estuvo en mi balcón todos los septiembres, hasta el pasado en el que me casé.

Ya en mi casa, la cual estaba media vacía porque sólo teníamos unos días de casados y estábamos a punto de irnos de luna de miel, la bandera la hizo de cortina/adorno conmemorativo. El 15 de septiembre pasado nos agarró en pub en Irlanda, a Luis con su Guiness y a mí con mi Corona y a mi bandera en la ventana.

Quiero pensar que los viajes transcontinentales de mi bandera aún no terminan. Apenas en Julio, acompañó a un buen amigo hasta Sudáfrica, cómo parte de su indumentaria mundialera y (espero) vitoreó la victoria de la Selección, como buena hija del Azteca. Que ese pedazo de tela verde, blanca y roja nos recordará en otras aventuras de dónde somos y el país que hoy se merece un festejo por el simple hecho de ser el lugar al que llamamos “hogar.”




fuente de la foto: Facebook de ilmagro